viernes, 27 de septiembre de 2013

A lo largo de la historia se ve la educación como un medio de control de masas. Hecho que no ha cambiado. Es más, en nuestros tiempos, donde se supone existe educación igualitaria para todos, este modelo ha germinado y dado sus frutos. Está todo predicho. Existen escuelas para pobres y otras para  ricos,  el círculo continúa y no se detiene. 
Si bien vemos escasas excepciones, no debemos dejarnos engañar, por este sistema, por esta sociedad en donde estamos inmersos no dejará que seamos lo que nosotros prefiguremos, aunque eso nos quieran hacer creer, a fin de cuentas imponiéndolo. Es una ilusión, para que no despertemos, para tenernos contentos, felices en nuestros acogedores hogares, "felices" en nuestra burbuja de infelicidad, en la que lamentablemente pocos están conscientes de la gran mentira de la historia de la humanidad. Son los cánones, los prejuicios, los estereotipos que moldean nuestras mentes desde la infancia, desde nuestro nacimiento, desde que comenzamos a descubrir el mundo ¿cómo diferenciar nuestros propios pensamientos de lo que se nos ha impuesto? es uno de los grandes cuestionamientos que quizás algún día llegaremos a resolver, y es que aunque piense que venimos de una naturaleza, de algo intrínseco (y aunque suene paradójico) del animal humano, cómo saber, cómo distinguir los parámetros de lo que realmente nace de nosotros, de nuestras ideas, si quizá ni siquiera son nuestras. 
Entonces se me ocurre sólo plantear lo que muchos ya deben haber dicho, nacemos de circunstancias, y es el contexto el que nos determina, el problema es que nos predisponen a ese contexto. No tenemos la opción de elegir, será la sociedad la que nos determine acorde a sus necesidades. ¿Y qué nos queda entonces? Ahí ya es decisión propia, ver si subsistes, resistes, luchas, o escoges el camino más fácil, el de la mayoría, el auto engaño.
Pero detengámonos ante este panorama desolador que es la educación en Chile, una panorámica abierta al fracaso profesional todo aquel que, desarrollándose en precaria situación económica y cognoscitiva, intenta dar quiebre al curso habitual de las cosas, quizá esforzándose como puede, quizás buscando vías alternativas, todas las cuales exigen un desmesurado ingreso capital. Detengámonos en este esquema social, como quien escala un cerro frendoso batiéndoselas con complejos entramados, y ha visto el sol de la miseria que a sus anchas iluminas todo lo visible y propongamos una solución. Porque no todo es derrota, cuando el viento azota las cenizas. Levántese el polvo de la memoria para resonctruirse en milagroso esfuerzo, y hagamos de la basura social enormes palacios, si es preciso de cartón, y pongamos en primera fila nuestros destruidos discursos, encontremos en ellos alguna razón, y con ese estandarte sigamos, unidos hacia la lucha humana más grande de todos los tiempos, hacia aquel albor que se despliega en los más elevados horizontes del ser humano, creamos mirando hacia los cielos destemplados la furia de la voluntad y en desarraigada cosmovisión holística, integrando la total y contundente vida, saquemos de raíz los más íntimos preceptos que se esconden en las cosas, y de una buen vez y para siempre, dibujemos con aquellos lápices inertes, cientos de lápices dibujando otros cien, en infinita y fabulosa procesión de mártires que dijeron, no, no a la miseria del hombre, que se engaña a sí mismo.

Los perros románticos

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.


Roberto Bolaño